EE. UU. no está afrontando la crisis del agua en toda su magnitud
El problema es tanto la cantidad como la calidad.
En la última década, Estados Unidos se vio sacudido por lo acaecido en Flint. No recordaremos aquí la historia de Flint, cuyos hechos han sido amablemente recopilados por la CNN para todo aquel que desee conocerlos. Pero el de Flint es un problema relacionado con la calidad del agua.
Cuando se trata de la cantidad de agua, esto es, de su escasez, la mayoría de los estadounidenses piensan en África, India, Oriente Medio o Asia. Normalmente no piensan en su propio país.
Pero Norteamérica también se enfrenta a problemas de
escasez de agua sin precedentes, y Nuevo México, California, Arizona, Colorado y Nebraska tendrán que hacer cambios importantes si no quieren encontrarse con graves dificultades en la década de 2020.
Porque Norteamérica no es inmune a los factores que están llevando inexorablemente al mundo a una crisis del agua: el crecimiento poblacional, la concentración en núcleos urbanos y los fenómenos climáticos extremos. Tampoco tienen mejores inversiones en infraestructura del agua. Los clientes son tan exigentes como en cualquier otro lugar.
Hay indicios de que están subiendo las facturas del agua, pero esto no va a producir un cambio en la inversión de capital; lo único que podría hacer es cubrir unos mayores costos operativos a causa de la antigüedad de las infraestructuras.
Una cosa está clara: el sector está absolutamente fragmentado. En Estados Unidos hay más de 50 000 compañías de agua. Y aunque algunas son ciertamente grandes, muchas otras son muy pequeñas.
Un mercado tan fragmentado no está en condiciones de hacer frente a los retos que todas estas empresas tienen en común; hace falta una consolidación. Además, muchas de estas compañías son subsidiarias de los gobiernos locales y no son más que uno de los múltiples asuntos de los que estos tienen que ocuparse. Así no es fácil establecer un enfoque adecuado de un problema que tiene todos los números de acabar convirtiéndose en una patata caliente; lo que se necesita realmente es una visión a largo plazo, multigeneracional, que abarque numerosos ciclos electorales.
Y por último, está la cuestión del liderazgo. ¿Quién va a poner nombre al problema y va a lograr la implicación de todas las partes para resolverlo?
Parece que EE. UU. se encamina a una crisis, y no es del todo consciente de ello.
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